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domingo, 10 de agosto de 2014

El mar



Lo disimula con ese azul tan diáfano esta tarde
pone cara de bueno
de no haber roto un velero en su vida
pero me temo que el mar  debe estar harto de nosotros
de nosotros, los humanos

Cansado  de indigestarse con nuestros tesoros hundidos
de  enredarse en nuestras redes
de que le clavemos arpones en el pecho plateado
Harto de que silenciemos poco a poco
la infinita conversación de sus ballenas
de que le hagan cosquillas en la tripa
nuestro viejos submarinos alemanes
de salir despeinado en todas nuestras fotos de la playa

¿Qué espectáculo será vernos llegar con la sombrilla 
a cuestas y el corazón lleno de humo…?

Pero sobre todo estará cansado,
digo yo,
de que le contemos nuestra vida sin pagar por la consulta
cada vez que tenemos ocasión o vacaciones.
“Esto con los dinosaurios no pasaba”
(seguro que se lamenta el mar en alguno
de sus fondos abisales)

Año tras año nos colocamos frente a él
echamos a nadar nuestra mirada más profunda
y le lanzamos preguntas imposibles:
¿Adónde se dirige  el universo?
¿Quién soy yo?
¿Qué es la vida y qué  la muerte?
¿Va a volver conmigo Carmencita la de la pastelería?

Preguntas para  las que el mar
como nosotros
no alcanza a tener
el más mínimo indicio de  respuesta …
y  alguna vez trae algas y medusas a la playa
pero nunca trae una respuesta.

Bastante tiene con  hacer bien su trabajo
porque reconozcámoslo 
debe hacer falta mucha concentración
para que  en este preciso instante
y nunca  antes
pero tampoco   después
llegue  aquí
justo ahora

esta ola.

domingo, 3 de agosto de 2014

El viaje



Qué hartura de  narices y de manos
son las  siete y veinticinco  de la tarde
y qué cansancio de pestañas y de boca
de palabras que ahora me chirrían
como grillos despistados en la lengua

Ojalá pudiera al menos una vez al año 
hacer turismo metafísico
cambiarme el antifaz de ser humano
salir de la oficina de mí mismo
y pegarme unas buenas vacaciones
por el resto inhumano de las cosas.

Meterme en una piedra por ejemplo
pasar la noche  allí
los pies petrificados, las lombrices pasajeras
los húmedos  ronquidos  de la tierra.

Despertarme feliz como  una roca
 pero  ya con las maletas hechas
y entrar tranquilamente en una higuera
pasear un rato por su tronco
subir en ascensor hasta la  copa 
y una vez allí tumbarme  al sol
 como la más despreocupada de sus hojas.

Quiero que organicen viajes a una fresa
estoy dispuesto a pagar tres años de mi  sueldo
por convertirme un sólo día
en la pulga que cabalga a lomos de tu perro

Reivindico mi derecho inalienable a ser un meteorito
quiero conocer otros objetos que también habitan  este mundo
temblar  en un violín
pasar el  fin de semana en  un erizo
acampar al raso dentro de una caracola.

Así después del viaje
cuando regrese a esto
a mis pies, a mis costillas,
 a mi recobrada lengua,
a mi asimétrica sonrisa,
lo haré  con esa mezcla renovada de ternura, deseo e incertidumbre
con  la que el viajero vuelve de muy lejos
y abre despacito
la puerta de su casa.