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viernes, 24 de enero de 2014

Una sola entrada en el bolsillo


Este teatro es azul, esférico, da vueltas
está repleto  pero no  nos falta vestuario
tenemos un traje de Andrés Gómez
por ejemplo
delineante casado y con tres hijos,
pero también otro de electricista en Denver
con barba larga y camisa a cuadros.

Aquí un traje de Nelson Mandela y al lado uno
del frutero de tu esquina, por ejemplo,
allí tres piernas de catálogo de medias  
y una peluca  de señora gorda  para  palco de la ópera
calvas  de ministro  de  Asuntos Exteriores
y también moscas de niño africano con malaria.

Todos con más menos o ninguna suerte
recogemos dócilmente nuestro traje,
nuestro nombre, un empujón
y a escena.

Los guiones raros
entre Esquilo y Samuel Beckett
nos estallan por minutos en la cara,
pero sobre todo
qué derroche de escenografía
tornados, selvas y glaciares
amores diabólicos y guerras absurdas
guepardos y cielos desteñidos de violeta.
Todo parece tan real asusta
todo parece tan soñado que enamora.

Mantenemos  siete mil millones de tramas abiertas
y cada minuto treinta mil nuevos personajes naciendo
y otros tantos muriendo.
El escenario un día se llena de sangre
y en la escena siguiente dos niños juegan
como si no importase nada  
al baloncesto.

¡Qué comedia tan extraña¡
una sola entrada nos dan a cada uno
y además cuando acabe esta función,
y descienda el mínimo telón de nuestros ojos
no parece probable que podamos recoger el abrigo
salir tranquilamente
e irnos a cenar a un restaurante. 

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