Este teatro es azul, esférico, da
vueltas
está repleto pero no nos falta vestuario
tenemos un traje de Andrés Gómez
por ejemplo
por ejemplo
delineante casado y con tres hijos,
pero también otro de electricista en
Denver
con barba larga y camisa a cuadros.
Aquí un traje de Nelson Mandela y al lado uno
del frutero de tu esquina, por
ejemplo,
allí tres piernas de catálogo de
medias
y una peluca de señora gorda para palco de la ópera
calvas de ministro de Asuntos Exteriores
y también moscas de niño africano
con malaria.
Todos con más menos o ninguna
suerte
recogemos dócilmente nuestro traje,
nuestro nombre, un empujón
y a escena.
Los guiones raros
entre Esquilo y Samuel Beckett
nos estallan por minutos en la cara,
pero sobre todo
qué derroche de escenografía
tornados, selvas y glaciares
amores diabólicos y guerras absurdas
guepardos y cielos desteñidos de
violeta.
Todo parece tan real asusta
todo parece tan soñado que enamora.
todo parece tan soñado que enamora.
Mantenemos siete mil millones de tramas abiertas
y cada minuto treinta mil nuevos
personajes naciendo
y otros tantos muriendo.
El escenario un día se llena de
sangre
y en la escena siguiente dos niños juegan
como si no importase nada
al baloncesto.
¡Qué comedia tan extraña¡
una sola entrada nos dan a cada uno
y además cuando acabe esta función,
y descienda el mínimo telón de nuestros ojos
y descienda el mínimo telón de nuestros ojos
no parece probable que podamos recoger
el abrigo
salir tranquilamente
e irnos a cenar a un restaurante.
Telón. Aplausos.
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