Consistía en extraer el
precinto
descaperuzar la jeringuilla
y llenarla de insulina transparente,
venía en pequeños botecitos de cristal.
Era sencillo.
Mi abuela se levantaba un
poco
la blusa o el vestido
y dejaba ver una gran
barriga blanca
que hasta hoy guarda
un bonito parecido
con el planeta de El
Principito
en ilustración del propio Exupery.
La clave está en tener confianza
Ella nunca se quejaba
aunque yo llenara de violetas torpes
el viejo pergamino de su
estómago.
Ella siempre me hablaba de
los buenos tiempos
de lo feliz que había sido
devorando aquellos helados
de vainilla
chocolate fresa o mango
en el verano lento y chorreante
de su vieja Habana
Yo era pequeño
pero los niños no somos
imbéciles
conocemos la distancia que
opera
entre el helado de fresa y la inyección.
Por eso recuerdo su recuerdo
Y aquellos ojos de pequeña
travesura
Y aquella completa ausencia
de remordimiento
La sensación
de que todas las agujas del
mundo
no podrán nunca nada
contra uno de esos helados
que se derretían sólo
si dejabas de recordarlos.
Ya no voy a ponerme la inyección. Mejor me tomo un helado, de ésos que habitan mi recuerdo de vainilla y chocolate. Hermoso poema. Un abrazo.
ResponderEliminarEs hermoso y bello...lleno de añoranza y ternura..
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