Son las siete y treinta y seis de la mañana
una hora lenta y es domingo.
En desfile de orugas
se encienden las luces de los hombres
sus casas de cemento y
obsesiones
y hace una mañana
espléndida,
supongo.
Las farolas en la misma
procesión
pero en sentido opuesto
Los vecinos jubilados
sacan la basura de la cena
y a sus perritos pálidos, nerviosos
bajo la primera luz
entumecida.
Huele como a un sustantivo
limpio y frío
que no sé bien cuál es.
Hay algo estúpido y
bellísimo
en el hecho de estar aquí
en pasar la noche detrás de
la ventana
hay algo de color en la
ceguera
estas ganas irredentas de mirar
y de seguir mirando.
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