Los árboles que veo desde mi
terraza
tienen la costumbre bastante
arbórea
de permanecer plantados,
inmóviles.
Nadie entendería lo
contrario,
que echaran a correr
por ejemplo hasta la fuente
o persiguieran a los perros
por el parque.
Yo voy o vengo del trabajo,
de Pekín o de tu casa
y ellos siguen esperando
tejiendo y destejiendo su
reposo.
¡Qué raros son los árboles¡
Eligieron no moverse en el espacio
y sin embargo se mueven en el tiempo.
Y se han movido conmigo tanto tiempo
que ya no sé donde acaban mis raíces
y comienzan sus pestañas.
Son plátanos de sombra,
dicen,
pero el nombre nunca es lo
importante,
yo podría llamarme Plátano de Sombra,
ellos miguel martínez y en esencia
todos seríamos los mismos.
Lo importante es
que cuando el cielo se pone
de su parte
alargan uno cualquiera de
sus brazos
y me ponen en la boca
una dulce mermelada de
tristeza,
una nostalgia de doce mil futuros nunca vistos
que me suben por el tallo y ¡plaf¡
me estallan al final de cada
rama.
Por eso me da miedo que algún
día
alguien diga que se acaba el baile
ellos escriban su poema en mi corteza
me hagan llorar un montón de frutas dulces,
transparentes,
y nadie, ni siquiera ellos,
nos recuerde.
¿Te lo he dicho alguna vez? Me encantan tus metáforas. Y también me encantan los plátanos de sombra. Tienen una corteza curiosa y dicen que son buenos resistentes de la contaminación y la "podredumbre" de la urbe.
ResponderEliminarMe ha gustado, entiendo lo que dices. Cuando el cielo se pone de su parte, a mí también me dan ganas de llorar alguna que otra fruta dulce.