No sé si Epicuro estaría
orgulloso de mí
es una verdadera lástima
que no hayamos coincidido
nunca.
Me levanto pero ya es casi
de noche,
las latas de cerveza me miran
como peones sacrificados.
Una guerra civil de ropa
sucia y ropa limpia
se ha enconado en la trinchera del pasillo
(va ganando el bando con
menos escrúpulos)
Salto.
Cadáveres de libros y
papeles y periódicos
se pudren por un suelo más negro
que el subconsciente de un
escarabajo
Soy un pez fuera del agua,
boqueo
mientras el líquido
atraviesa mi garganta
pienso en uno de esos camiones
que limpian las calles con
mangueras.
Bebo
En un ataque de sinceridad
suicida
decido contemplar mi rostro
en el espejo
y como ya sé lo que viene
después de eso,
pensamientos del tipo:
esas ojeras violáceas las
hizo la muerte con un
subrayador
este pinchazo en el hígado
es el último estertor del cirrótico
este temblor de manos
el principio de una embolia
esta tos un cáncer
este sudor un corazón que
para…
como ya sé algo de mi
inclinación
a barajar diagnósticos
terribles
me acuerdo de Epicuro y su
farmacia,
Cuando
la muerte aparezca tú ya no estarás
y cuándo
tú estás la muerte no aparece.
Qué manera tan ridícula
de escurrir el bulto,
pienso,
y decido hacer lo mismo
y me vuelvo hasta la cama.