Yo era el niño más cobarde de mi
barrio
y quizá también de mi planeta.
Me mataban de miedo todos los
espíritus
que brillaban en la noche inmensa
de mis nueve años.
Mira ahí estoy yo
con mi pijama de lágrimas
el que está fabricando un escudo con la sábana
deseando que se haga de día cuanto
antes.
.
¿Qué hace un niño rogándole
al
fantasma de su madre
que no se le aparezca?
Pero el miedo también es un país
y tiene límites.
No sospechaba, entonces, que las cosas
tuvieran la extraña costumbre de
acabarse.
Se acabó aquel niño asustadizo
y llegó esta angustia con barba y
nubarrones.
De aquellos cuervos retorcidos sólo queda
la jaula vacía que son estos poemas.
Hoy puedo ver pelis de terror
mientras bostezo
y repaso la clase de mañana.
De vez en cuando cruza un fantasma este
salón
y yo saludo pero no hago caso.
Las almas de los muertos se cansaron
de seguirme
desde que empezó a matarme de miedo
precisamente la posibilidad
contraria:
que no existieran.