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lunes, 9 de marzo de 2015

Teatro del absurdo

“Las lágrimas del mundo son inmutables.
                                                                           Por cada uno que empieza a llorar, en otra                                                                           parte hay otro que cesa de hacerlo”
Samuel Beckett  (Esperando a Godot)



En el segundo exacto en que aterrizó  la bomba de Hiroshima
hubo alguien en algún lugar del mundo
que no podía abrir un bote de guisantes.
Mientras caen los cuerpos desde la planta 65 de las torres gemelas
en la planta 18 una mujer sale del baño y sonríe aliviada ante el espejo.
En el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau
se eleva cada jueves una columna de humo negro
mientras en el roble más cercano es primavera
dos mariposas hacen el amor
y son felices.

El mismísimo día del fin del mundo
se seguirán rompiendo los calcetines por el dedo gordo.

Pero bajemos a tu vida:
¿ Recuerdas el momento en que comprendiste
que habían dejado de quererte?
La noche interminable
bajo el cielo intoxicado de septiembre
y aquel sabor a wiski y aquella horrible telaraña,
pues al día siguiente aunque ya no lo recuerdes
el sol saltó del horizonte como un niño de la cama,
tú te cepillaste los dientes como siempre
y luego pisaste un chicle de camino al metro.

Después de tu muerte o de la mía,
ojalá que sea dentro de muchos años,
ese mismo día por la noche
seguirá  estando rica la tortilla de patata
alguien que nos quiso con locura volverá del tanatorio
se rascará la espalda y encenderá  la tele a ver qué ponen.

Detrás de cada aquíyahora
siempre hay un allídespués agazapado
unos metros más allá de lo terrible
siempre hay alguien que silba,
da una patada a alguna piedra
y sigue caminando.

Empezamos a intuirlo
la gran tragedia humana
no es que echemos de menos un guión bien construido
ni un teatro mejor iluminado
ni siquiera que nos falte el Director de escena,
la verdadera gran tragedia es sencillamente eso
que no hay tragedia.




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